25 de octubre de 2007

Shh...Drogas

Opinión

Por:
Ángeles Giaconi
Andrea Pérez
Bruno Rossi

Hoy en la Argentina, lamentablemente, pueden acceder a la educación superior sólo aquellos que manejan o gozan de una economía acomodada; ó aquellos que se esfuerzan y dejan desordenada su economía en el positivo afán de cumplir con su vocación.
Los resultados de la encuesta revelan datos que no sorprenden mucho a los estudiantes, pero que si impactan a la gente mayor.
Pensar que porque un chico estudia está inmaculado frente a las cosas que lo rodean es una visión utópica; un visión que deja perpleja la voluntad de cambiar “algo”, de poner en mesa de discusión y reflexión una realidad que no es ajena a nadie.
La creencia popular, que tantas veces lleva el estandarte de nuestras costumbres quiere dejar de lado un tema que está en boca de todos y del que sí se habla pero del cual muchas veces se hace oídos sordos. Resulta más práctico considerar que la droga es un tema del suburbio, de la periferia, de aquellos que no encuentran más salida que un porro, una línea de cocaína o un paco para hacerle frente a esta sociedad que TODOS construimos.
Los datos hablan por si solos y dicen algo, pretenden infiltrarse en las cabezas y generar conciencia; pero ojo, conciencia no represión ni tampoco condena. Pretenden movilizar los actos de cada uno de los protagonistas y ser generadores de charlas, de palabras en la sobremesa, de encontrar la palabra droga sin el miedo a caer en pánico.
Si el estudiante que fue encuestado no tuvo trabas a la hora de contestar sobre sus “antecedentes” y hábitos en materia de drogas, es porque no tienen problema de hablar, de decir lo que piensan al respecto. Sin embargo, lo que si paraliza es el temor a la sanción, a la prejuiciosa y ambiciosa condena social.
Entender que la drogadicción no se detiene y ejerce su influencia según los estratos sociales; entender que la drogadicción no respeta la posición ni educación; entender que la drogadicción actúa callada, silenciosa y le conviene la mudez de una sociedad temerosa; entender y aceptar su presencia puede ser el puntapié inicial para combatirla.
De otro modo, hagámonos responsables de la decisión de seguir mudos.

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