Por:
Silvia Prina
Verónica Toledo
Victoria Fondevila
El advenimiento de la dictadura militar significó un duro golpe para el normal funcionamiento de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Tres alumnos de aquella época hablan acerca de cómo era instruirse en tiempos del Golpe y aseguran que los estudiantes de hoy no valoran la importancia de vivir en democracia.
Corría el año 1976, una mano de hierro larga e inquebrantable se ceñía amenazante sobre la cuna del conocimiento. Cínicamente complotados, el autoritarismo y la intolerancia se erguían como torres inexpugnables, ojos sin párpados en vigilancia permanente.
Para la actual titular de la cátedra de Psicología Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Cristina De Los Reyes, el hecho de cursar una carrera en tiempos de la dictadura no sólo implicaba un considerable riesgo, planteaba en si mismo un reto a la mente y al espíritu. “El clima que se vivía en la Facultad de Humanidades era terriblemente lúgubre. Para mí que en aquella época estudiaba Sociología resultaba muy doloroso ver cómo un ámbito tan familiar se había convertido en un tétrico cementerio. Mantenerse centrado, evadirse del miedo era todo un tema”, admitió.
Cuando la intervención militar a la Universidad se hizo muy evidente, muchos de los cambios que habían comenzado a operar a partir de la segunda mitad del gobierno de María Estela Martínez de Perón se profundizaron visiblemente. “Los lineamientos ya no eran los mismos, las reglas definitivamente cambiaron. Todos programas de estudio fueron modificados de raíz, los profesores cuyas ideologías no compatibilizaban con la doctrina militar resultaron separados de sus cargos, varias carreras humanitarias se cerraron por ser consideradas peligrosas. De la noche a la mañana un abanico de imposiciones se desplegó con la celeridad de un rayo, fue increíblemente indignante”, afirmó Cristina.
Resistiendo
Aunque estaban terminantemente prohibidas, las agrupaciones de estudiantes continuaban activas y firmes en su objetivo de resistir a la opresión. Según la Profesora De Los Reyes no había rivalidades entre ellas aunque si existía una “sana competencia”. Todas las asociaciones de alumnos intentaban, en la medida de lo posible, atribuirse el título de la más “revolucionaria”.
De su militancia en la agrupación estudiantil Juventud Comunista, Cristina guarda recuerdos agradables y otros bastante amargos como cuando uno de sus compañeros desapareció. La actual titular de la cátedra de Psicología Social fue víctima de múltiples detenciones y supo enfrentar, entre otras adversidades, la apertura de una causa en su contra por subversión.
El mejor tributo
La tensión permanente y el miedo a ser secuestrada llevaron a la profesora De Los Reyes al punto de tener que consultar a un psiquiatra. “Para poder rendir y aprobar los exámenes tuve que hacer un tratamiento psiquiátrico, era muy difícil para mí estudiar en esas circunstancias. Si terminé la carrera lo hice en homenaje a los que ya no estaban y a los que no podían estar. Rendirles tributo fue de alguna manera mi principal fuente de motivación, mi única brújula”, concluyó.
Aquella indeleble marca
“Una dictadura es un estado en el que todos temen a uno y uno a todos”, sostenía con acierto el célebre escritor italiano Alberto Moravia, un pensamiento que curiosamente resume a la perfección el sentir de Gustavo Fabbri, ex alumno de la carrera de Arquitectura durante los denominados años de plomo. “El temor a ser represaliado o secuestrado estaba tan instalado en el ambiente de la facultad que se respiraba en el aire. La presencia de los militares haciendo vigilancia y requisas en toda la Universidad intimidaba mucho, el clima era de una rigidez total”, describió.
Al igual que la profesora De Los Reyes, Gustavo reconoce que el cambio de directivas, acorde a la intervención militar, fue sumamente radical y vergonzoso. “Uno estaba acostumbrado a una Facultad que hacía hincapié en la importancia de los servicios sociales, con la irrupción de la dictadura se alteró todo, fue algo abominable”.
Una de las modificaciones que indudablemente más perjudicó a Fabbri fue el drástico cambio en los planes de estudio. Por razones personales el arquitecto tuvo que abandonar la cursada un tiempo, cuando decidió retomar no pudo porque no le quisieron convalidar las materias. Indefectiblemente Gustavo se vio obligado a reinscribirse, a dejar de lado su bronca y empezar de cero.
Cautivo
Como muchos de los estudiantes que cursaron sus carreras durante el Régimen Militar Fabbri tuvo la nefasta fortuna de ser secuestrado y torturado. “Me detuvieron en la misma Base que había estado cuando hice el servicio militar, me di cuenta porque reconocí algunas voces. Estuve encapuchado, desnudo y fui varias veces torturado” , confesó.
Según Gustavo los militares no querían datos precisos, buscaban desesperadamente nombres. Aunque era un hecho que el arquitecto no militaba en ninguna organización política, todos sus amigos y gente conocida lo hacían. Representaba para sus captores, de alguna manera, una fuente de innegable valor.
A fin de cuentas y para el gran alivio de Fabbri la pesadilla duró poco. Un amigo se arriesgó y lo liberó del cautiverio. “En realidad pude escapar porque empecé a pedir por un dirigente conocido que tenía ahí dentro. La verdad que se portó bien conmigo. Me sacó de ese infierno y me escondió en otro lugar porque, en rigor de la verdad, había una gran posibilidad de que figurara en alguna otra lista”.
Por precaución el arquitecto permaneció en el escondite por dos meses, luego se fue y retomó los estudios. La herida, sin embargo, nunca terminó de sanarse. “Lo que viví allí me marcó para siempre, me cambió la vida porque me alejó de gente querida, fue un gran cimbronazo” , finalizó.
Seguir, a pesar de todo
“Por el solo hecho de tener el pelo largo ya eras considerado una amenaza, un terrorista en potencia”, con estas palabras Maria, estudiante de Antropología durante el Gobierno de Facto, describe lo que para ella significó una época llena de miedo e incertidumbre, un pasaje de ida al sufrimiento y la opresión.
Las heridas abiertas no le dejan revelar al mundo su nombre completo pero si su visión, su testimonio. Para esta ex-alumna de la Universidad Nacional de Mar del Plata estudiar durante la dictadura fue una experiencia lóbrega aunque con alguna fortuita pincelada de luz. “Todo en aquella época era absoluta efervescencia. No había un sólo momento en que no estuviéramos debatiendo, confrontado ideas, discutiendo sobre política. El entusiasmo que teníamos los universitarios era considerable pero no podía ir más allá de cierto punto. Eran tiempos de extremo peligro, de suma cautela” .
La unión hace la fuerza
Según María nadie podía estar exento de la situación que atravesaba el país, alumnos y docentes confluyeron por primera vez en una lucha común. “Los estudiantes naturalmente comenzaron a militar en diferentes organizaciones, a comprometerse más, a idear la resistencia. Los profesores por su parte organizaban asambleas espontáneas y nos hacían leer a pensadores como Trotsky. Era de algún modo su forma de ayudar, de contribuir a nuestra causa”.
Los seguimientos, secuestros, requisas y quema de libros eran moneda corriente en la “Universidad Sitiada”, paradójicas postales de un panorama desolador. “La persecución era terrible, el miedo se te pegaba como carne al hueso, pero había que seguir, mas allá de todo había que resistir”, terminó.
Universidad en tiempos de democracia
Tanto la profesora De Los Reyes como el arquitecto Fabbri y la ex alumna María coinciden en que la Universidad Nacional de Mar del Plata se encuentra gravemente despolitizada. No hay un interés genuino en la comunidad académica por empaparse en los temas políticos coyunturales: los profesores no incitan al debate y los alumnos no se preocupan en analizar los parámetros que les permitirían entender su presente y futuro.
Curiosamente muchos estudiantes comprenden que la democracia es algo maravilloso pero no se molestan en ejercerla, dejan de alguna manera que los demás decidan por ellos.
Otro punto que los “antiguos estudiantes” remarcan es la vergonzosa permanencia de profesores y personal de la época de la dictadura, un reflejo de lo que sucede en casi todas las instituciones del país.
Corría el año 1976, una mano de hierro larga e inquebrantable se ceñía amenazante sobre la cuna del conocimiento. Cínicamente complotados, el autoritarismo y la intolerancia se erguían como torres inexpugnables, ojos sin párpados en vigilancia permanente.
Para la actual titular de la cátedra de Psicología Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata, Cristina De Los Reyes, el hecho de cursar una carrera en tiempos de la dictadura no sólo implicaba un considerable riesgo, planteaba en si mismo un reto a la mente y al espíritu. “El clima que se vivía en la Facultad de Humanidades era terriblemente lúgubre. Para mí que en aquella época estudiaba Sociología resultaba muy doloroso ver cómo un ámbito tan familiar se había convertido en un tétrico cementerio. Mantenerse centrado, evadirse del miedo era todo un tema”, admitió.
Cuando la intervención militar a la Universidad se hizo muy evidente, muchos de los cambios que habían comenzado a operar a partir de la segunda mitad del gobierno de María Estela Martínez de Perón se profundizaron visiblemente. “Los lineamientos ya no eran los mismos, las reglas definitivamente cambiaron. Todos programas de estudio fueron modificados de raíz, los profesores cuyas ideologías no compatibilizaban con la doctrina militar resultaron separados de sus cargos, varias carreras humanitarias se cerraron por ser consideradas peligrosas. De la noche a la mañana un abanico de imposiciones se desplegó con la celeridad de un rayo, fue increíblemente indignante”, afirmó Cristina.
Resistiendo
Aunque estaban terminantemente prohibidas, las agrupaciones de estudiantes continuaban activas y firmes en su objetivo de resistir a la opresión. Según la Profesora De Los Reyes no había rivalidades entre ellas aunque si existía una “sana competencia”. Todas las asociaciones de alumnos intentaban, en la medida de lo posible, atribuirse el título de la más “revolucionaria”.
De su militancia en la agrupación estudiantil Juventud Comunista, Cristina guarda recuerdos agradables y otros bastante amargos como cuando uno de sus compañeros desapareció. La actual titular de la cátedra de Psicología Social fue víctima de múltiples detenciones y supo enfrentar, entre otras adversidades, la apertura de una causa en su contra por subversión.
El mejor tributo
La tensión permanente y el miedo a ser secuestrada llevaron a la profesora De Los Reyes al punto de tener que consultar a un psiquiatra. “Para poder rendir y aprobar los exámenes tuve que hacer un tratamiento psiquiátrico, era muy difícil para mí estudiar en esas circunstancias. Si terminé la carrera lo hice en homenaje a los que ya no estaban y a los que no podían estar. Rendirles tributo fue de alguna manera mi principal fuente de motivación, mi única brújula”, concluyó.
Aquella indeleble marca
“Una dictadura es un estado en el que todos temen a uno y uno a todos”, sostenía con acierto el célebre escritor italiano Alberto Moravia, un pensamiento que curiosamente resume a la perfección el sentir de Gustavo Fabbri, ex alumno de la carrera de Arquitectura durante los denominados años de plomo. “El temor a ser represaliado o secuestrado estaba tan instalado en el ambiente de la facultad que se respiraba en el aire. La presencia de los militares haciendo vigilancia y requisas en toda la Universidad intimidaba mucho, el clima era de una rigidez total”, describió.
Al igual que la profesora De Los Reyes, Gustavo reconoce que el cambio de directivas, acorde a la intervención militar, fue sumamente radical y vergonzoso. “Uno estaba acostumbrado a una Facultad que hacía hincapié en la importancia de los servicios sociales, con la irrupción de la dictadura se alteró todo, fue algo abominable”.
Una de las modificaciones que indudablemente más perjudicó a Fabbri fue el drástico cambio en los planes de estudio. Por razones personales el arquitecto tuvo que abandonar la cursada un tiempo, cuando decidió retomar no pudo porque no le quisieron convalidar las materias. Indefectiblemente Gustavo se vio obligado a reinscribirse, a dejar de lado su bronca y empezar de cero.
Cautivo
Como muchos de los estudiantes que cursaron sus carreras durante el Régimen Militar Fabbri tuvo la nefasta fortuna de ser secuestrado y torturado. “Me detuvieron en la misma Base que había estado cuando hice el servicio militar, me di cuenta porque reconocí algunas voces. Estuve encapuchado, desnudo y fui varias veces torturado” , confesó.
Según Gustavo los militares no querían datos precisos, buscaban desesperadamente nombres. Aunque era un hecho que el arquitecto no militaba en ninguna organización política, todos sus amigos y gente conocida lo hacían. Representaba para sus captores, de alguna manera, una fuente de innegable valor.
A fin de cuentas y para el gran alivio de Fabbri la pesadilla duró poco. Un amigo se arriesgó y lo liberó del cautiverio. “En realidad pude escapar porque empecé a pedir por un dirigente conocido que tenía ahí dentro. La verdad que se portó bien conmigo. Me sacó de ese infierno y me escondió en otro lugar porque, en rigor de la verdad, había una gran posibilidad de que figurara en alguna otra lista”.
Por precaución el arquitecto permaneció en el escondite por dos meses, luego se fue y retomó los estudios. La herida, sin embargo, nunca terminó de sanarse. “Lo que viví allí me marcó para siempre, me cambió la vida porque me alejó de gente querida, fue un gran cimbronazo” , finalizó.
Seguir, a pesar de todo
“Por el solo hecho de tener el pelo largo ya eras considerado una amenaza, un terrorista en potencia”, con estas palabras Maria, estudiante de Antropología durante el Gobierno de Facto, describe lo que para ella significó una época llena de miedo e incertidumbre, un pasaje de ida al sufrimiento y la opresión.
Las heridas abiertas no le dejan revelar al mundo su nombre completo pero si su visión, su testimonio. Para esta ex-alumna de la Universidad Nacional de Mar del Plata estudiar durante la dictadura fue una experiencia lóbrega aunque con alguna fortuita pincelada de luz. “Todo en aquella época era absoluta efervescencia. No había un sólo momento en que no estuviéramos debatiendo, confrontado ideas, discutiendo sobre política. El entusiasmo que teníamos los universitarios era considerable pero no podía ir más allá de cierto punto. Eran tiempos de extremo peligro, de suma cautela” .
La unión hace la fuerza
Según María nadie podía estar exento de la situación que atravesaba el país, alumnos y docentes confluyeron por primera vez en una lucha común. “Los estudiantes naturalmente comenzaron a militar en diferentes organizaciones, a comprometerse más, a idear la resistencia. Los profesores por su parte organizaban asambleas espontáneas y nos hacían leer a pensadores como Trotsky. Era de algún modo su forma de ayudar, de contribuir a nuestra causa”.
Los seguimientos, secuestros, requisas y quema de libros eran moneda corriente en la “Universidad Sitiada”, paradójicas postales de un panorama desolador. “La persecución era terrible, el miedo se te pegaba como carne al hueso, pero había que seguir, mas allá de todo había que resistir”, terminó.
Universidad en tiempos de democracia
Tanto la profesora De Los Reyes como el arquitecto Fabbri y la ex alumna María coinciden en que la Universidad Nacional de Mar del Plata se encuentra gravemente despolitizada. No hay un interés genuino en la comunidad académica por empaparse en los temas políticos coyunturales: los profesores no incitan al debate y los alumnos no se preocupan en analizar los parámetros que les permitirían entender su presente y futuro.
Curiosamente muchos estudiantes comprenden que la democracia es algo maravilloso pero no se molestan en ejercerla, dejan de alguna manera que los demás decidan por ellos.
Otro punto que los “antiguos estudiantes” remarcan es la vergonzosa permanencia de profesores y personal de la época de la dictadura, un reflejo de lo que sucede en casi todas las instituciones del país.
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